miércoles, 10 de septiembre de 2008

El archienemigo


Todos tenemos un archienemigo. No tiene porque tener nombre y apellidos, puede ser una sensación, el miedo a una determinada situación, la presencia de aquel fracaso, o el recuerdo de aquella labor inacabada. El archienemigo te persigue a lo largo de tu vida y lo culpas de todo el mal de la tierra, de tus errores, de tus fracasos, de todo aquello que anhelas y no tienes. Esa asignatura que no apruebas, ese porrazo con el coche, el amor no correspondido de aquella chica, el no llegar a fin de mes o la muerte de Manolete, da igual, él es el culpable de todo. Lo maldices en silencio, ya que solo tú lo conoces, lo temes y esquivas su presencia. Puedes olvidarlo, pero resurge al instante como al ave fénix.

Un buen día, te lo encuentras, por la calle, sin esperarlo, cara a cara. Y lo ves ahí, viejo, cansado, empequeñecido, preguntándote porque le tenías terror. Da igual como fuera en sus tiempos mozos, a pesar de su fuerza, su envergadura y su leyenda, era vencible. El problema radicaba en no ser consciente de tus capacidades, de tu ingenio y de tu gallardía. Lo abracé, lo cogí por el hombro y nos fuimos a echar unas cervezas mientras pensaba que durante todo este tiempo el archienemigo simplemente había sido yo.

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