
Al ver ese clon maño del puente de la barqueta, se me ponen los vellos de punta al recordar los inicios de la Expo. Todos los que tenemos cierta edad recordamos el muro de la calle Torneo, pintado por algún colegio (no me refiero a grafitis chinorris, sino a dibujos inocentes de niños de 3º de EGB) con el tren pasando hacia la estación de Córdoba. Esa Sevilla anquilosada en los años 70, en la que tardabas casi una hora para ir desde Pino Montano al Polígono San Pablo (cruza la barriada de los Arcos, el polígono Store, la carretera amarilla, la fabrica de Coca Cola....) y que necesitaba urgentemente un empujón en infraestructuras y empleo.
Fueron 6 meses gloriosos, de descubrimientos , de experiencias, de trabajo. Aquellos primeros meses de tranquilidad en los que podias acceder con comodidad al cine 3D de Fujitsu (verdadera 3D y no gafitas rojas y azules del Teleindiscreta) o al acuario de Mónaco. Ese edificio de madera japones con su impresionante colección de papiroflexia, aquellos tesoros autralianos con huevos de oro con miles de diamantes incrustados o el pequeño museo del Prado situado en el pabellon de España con el retrato del Conde Duque de Olivares, la maja vestida y el caballero de la mano en el pecho. Memorables fueron mis primeros conciertos, Duncan Dhu, Celtas Cortos,Joe Satriani, Steve Bay, o el genial espectaculo Azabache.
Sevilla creo un referente, plagiado ya en Lisboa, Genova y ahora en Zaragoza y aunque mi época de chuminista sevillano ya pasó y no digo que nuestra feria o la semana santa sevillana sean las mejores del mundo, si puedo decir que fueron unos momentos muy felices y largamente añorados y que desgraciadamente no volveremos a vivir otra experiencia como aquella.